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La Hammer: La Maldición de Frankenstein

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The Curse of Frankenstein
Terence Fisher
1957

A menudo los críticos encadenamos, sin solución de continuidad, las películas de terror gótico de la Universal con las de la Hammer, solo porque están inspiradas en mitos comunes, y sin entender que en las aproximadamente dos décadas que hay entre las películas de uno y otro estudio cambiaron muchas cosas: llegaron y se fueron los cincuenta, con su propia aportación al fantástico, la ciencia ficción ingenuamente paranoica que la propia Hammer machacó con sus dos primeros Quatermass. Pero hay más: un cambio de actitud del público hacia el género: entre la Universal y la Hammer hay elementos imprescindibles para entender las raíces del horror en la cultura pop, como los comics de la EC (que no llegaron a Reino Unido, pero cuya influencia es insoslayable) o películas que planteaban un cambio de paradigma en las clásicas propuestas de la Universal: películas de una radicalidad aún sorprendente hoy día como la sórdida Dementia, la italiana I Vampiri o La Noche del Demonio de Tourneur. La Hammer no arrancaba su producción de películas de terror a partir de una mera decisión de quebrantar las reglas impuestas por Universal, sino que puede entenderse como la culminación de una nueva forma de entender el terror que se estaba incubando en la cultura popular: una mucho más sexual, intensa, morbosa y fascinada por las monstruosidades como reflejo de nuestros males. Por eso, el momento más icónico de The Curse of Frankenstein no es un laboratorio iluminado por los rayos o una Novia horrorizada ante el físico de la Criatura, o un mero molino en llamas, o una turba de campesinos enfurecidos, sino un Monstruo que se arranca las vendas de la cara para revelar un rostro repulsivo y putrefacto, imagen subrayada por un nervioso movimiento de cámara que lo convierte en un gigante inhumano.

La Maldición de Frankenstein no es una epopeya gótica, como las películas de la Universal, sino un cuento moral de terror. Por eso en lo que quiere incidir es en la turbada psique de su protagonista, el demente doctor Frankenstein. La aproximación de La Maldición de Frankenstein cuenta cómo un jovencísimo barón Frankenstein hereda la fortuna familiar y acoge en su casa a un nuevo tutor, Paul Krempe (Robert Urquhart), con el que empieza a investigar acerca de la reanimación de los muertos. Los años pasan y un barón Frankenstein ya adulto (Peter Cushing) propone dar un nuevo paso, tras reanimar con electricidad cadáveres de animales: hacerlo con un cuerpo humano. Paul vacila, pero finalmente acepta, y utilizan el cadáver de un ahorcado. Ansioso por darle un conocimiento extraordinario, Frankenstein asesina a un anciano profesor e introduce su cerebro en la criatura. Pero el cerebro resulta dañado y la Criatura (Christopher Lee), revivida por accidente, escapa del laboratorio e inicia una enloquecida huída criminal. Solo con esta breve sinopsis, es decir, sin entrar en considerar las excepcionales interpretaciones de un Cushing con el brillo de la locura y la ambición en los ojos y un Lee monstruoso y homicida, pero también desvalido y desconcertado, está muy claro quién es el auténtico monstruo en esta historia: el barón Frankenstein seduce a las mujeres que le rodean para que encajen en sus planes, mata inocentes para conseguir partes para su Criatura y no tiene problemas en deshacerse de ésta cuando contraviene sus deseos. Si el gran logro de la película de Whale (como de tantas películas de la Universal y del gótico literario clásico) era conseguir que el espectador entendiera el miedo de la Criatura a los ignorantes humanos que la temían y perseguían, el gran logro de la de Fisher es que también, como espectadores, entendamos las motivaciones del auténtico y repugnante monstruo de esta historia... y nos sintamos sucios por ello.

Es curioso que la película se rodara inmediatamente después de Quatermass II, de representativa fotografía en blanco y negro. Y lo es por los vibrantes colores del laboratorio de Frankenstein, uno de los más icónicos de la historia del mito: probetas en las que burbujean líquidos de colores chiflados, destellos de brillantes cromatismos... el laboratorio parece más el estudio de un pintor que un sepulcro de toda dignidad humana, como realmente es. Y resulta paradójico porque la película de Fisher tenía un origen bien distinto: en principio iba a ser una barata producción en blanco y negro protagonizada por el mismísimo Boris Karloff. Pero cuando Universal se enteró de las intenciones de la Hammer y de que se iban a inspirar incluso en el mítico maquillaje de Jack Pierce para la Criatura, amenazaron con demandar a la productora británica. Anthony Hinds y Jimmy Sangster se encargaron entonces de retocar el ambicioso guión original de Milton Subotsky y Max J. Rosenberg, mucho más estático que el final y que se titulaba Frankenstein and the Monster. La producción, después de alguna fría conversación adicional con Universal, comenzó, con Fisher y Cushing abrazando sus respectivos roles y Christopher Lee sustituyendo a Bernard Breslaw, habitual de la serie Cary On, como el monstruo, debido a su estatura y experiencia como mimo.

Ya con el papel bajo el brazo, Phil Leakey empezó a hacer pruebas de maquillaje sobre Lee bajo dos exigencias: a) Fisher quería respetar la mirada y apostura melancólica de Lee; b) había que diseñar algo que no recordara al mítico maquillaje de Jack Pierce para el Frankenstein de Universal. Lee recuerda que uno de los maquillajes me hacia parecer el Hombre Elefante. Otro era más similar a un hombre lobo, con la nariz levantada para hacerme parecer una especie de hombre-cerdo El maquillaje final, que tardaba unas tres horas en ser aplicado, tiene un indiscutible aire a la creación original de Pierce, pero acercándose más al aspecto de un cadáver real, y menos a una criatura robótica alimentada con electricidad. Es asombroso que una producción cuyo acabado final es tan compacto y coherente pasara por una producción tan turbulenta. Con problemas de tiempos y plazos nada más arrancar, hubo que reestructurar la propia narrativa de la película para darle agilidad y ajustarse al plan de rodaje. Por eso, se rodaron escenas adicionales con el joven Victor, y los papeles de actores como Joseph Behrmanm, Henry Caine, Marjorie Hume y muchos otros fueron eliminados.

La maldición de Frankenstein se topó, tras su estreno, con el escándalo y la incomprensión de los medios británicos, que la calificaron con crueldad, como el Daily Solo para sádicos: está entre la media docena de películas más repulsivas que he visto, decía el crítico. El resultado financiero, sin embargo, borró de un plumazo todas las dudas acerca de la continuidad de la productora en el género: el éxito en Inglaterra y Estados Unidos fue fulminante, y recaudó setenta veces su presupuesto. El Nuevo Gótico Británico había nacido.

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